En una aldea pequeña, había una casa antigua donde vivía un anciano llamado Elián. La casa tenía un jardín hermoso, lleno de flores y árboles frutales. Pero lo más destacado del jardín era un estanque sereno, donde se reflejaban las estrellas por la noche.
Un día, un joven llamado Leo llegó a la aldea en busca de sabiduría. Había oído que Elián poseía conocimientos antiguos y profundos. Elián lo recibió con una sonrisa y lo invitó a sentarse junto al estanque.
“Maestro, siento que estoy perdido”, dijo Leo. “No sé quién soy ni qué busco en la vida”.
Elián miró el estanque y dijo: “Mira el reflejo de las estrellas en el agua. ¿Ves cómo brillan, sin importar la oscuridad que las rodea? Así es la Verdad eterna, Leo. Siempre está ahí, esperando a que la reconozcas”.
Leo miró el estanque y vio que las estrellas parecían danzar en el agua. Pero de repente, una brisa agitó la superficie y el reflejo desapareció.
“¿Qué pasó?”, preguntó Leo.
“La brisa de la duda y el miedo pueden distorsionar nuestra visión”, respondió Elián. “Pero la Verdad sigue estando ahí, inmutable. Solo debemos elegir volver a reconocerla”.
Leo se quedó en silencio, reflexionando. Luego, cerró los ojos y respiró profundo. Cuando los abrió de nuevo, el estanque estaba calmado y las estrellas brillaban de nuevo en el agua.
“Entiendo”, dijo Leo. “La Verdad siempre estuvo ahí, esperando a que yo la reconociera”.
Elián sonrió y puso una mano en el hombro de Leo. “Aún estás siempre, Leo. La Verdad eterna te espera con los brazos abiertos. Recuerda que siempre puedes volver a ella”.
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