Vivimos en un tiempo donde el ruido se confunde con la señal.
El flujo constante de voces, imágenes y opiniones deja poco espacio para lo que no se impone, pero persiste:
la Verdad.
Esa Verdad —que no se adorna ni se anuncia— permanece callada, esperando ser reconocida.
Y no se manifiesta en el estruendo de lo evidente, sino en el susurro que atraviesa el alma
cuando alguien se detiene… y recuerda.
Creencia y Verdad no es un sitio de respuestas rápidas.
Es un umbral. Un espacio donde la palabra no busca convencer, sino despertar.
Aquí no se enseña: se señala.
No se guía: se sugiere.
Porque todo lo verdadero ya habita en vos, aguardando el momento de ser mirado sin miedo.
El mundo cambia, y en su vértigo olvidamos lo esencial.
Pero ser parte del cambio no es adaptarse sin conciencia,
sino sostener —con delicadeza y firmeza— el hilo invisible que nos une a lo eterno.
Seguir este espacio no es un acto más.
Es un gesto silencioso de fidelidad con lo que tu alma ya sabe.
Y compartirlo con otro —si ese otro aparece en tu pensamiento mientras leés—
es simplemente cumplir con el destino
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